La prospectiva se nutre de historia y
mientras que los hombres cambian de una época a otra, los problemas casi
siempre son los mismos. Además, para entender sus objetivos, alcance y método,
es útil acercarse a las grandes ideas que originaron esta práctica tan
extendida hoy. La prospectiva fue instituida a mediados de los cincuenta por el
filósofo Gaston Berger, que la formalizó partiendo de una crítica a la
decisión. Desde 1955 Berger se dedicó a forjar su argumentación para que el
futuro se tomase en cuenta sistemáticamente en las decisiones de los hombres.
Para ello esbozó un nuevo método que reconciliaba el saber y el poder, los
fines y los medios, dando al político la posibilidad de convertir su visión del
futuro en acciones y sus sueños en proyectos. Un tiempo después, en 1958,
especificó las modalidades de ese nuevo enfoque. Después de su muerte en 1960,
su pensamiento fue perpetuado por un grupo de "militantes" que, desde
el núcleo del medio político económico francés, se encargaron de difundir sus
grandes principios y de aplicarlo a la preparación de la toma de grandes
decisiones políticas.
La idea
de una ciencia del “hombre del mañana”
Los años cincuenta llevan aún las
marcas de la barbarie cometida durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras que
las relaciones se globalizan y se hacen más complejas, Francia entra en un
periodo de crecimiento sin igual. Nuevas técnicas trastocan muchos de los
enfoques existentes y, para muchos intelectuales de aquella época, los
descubrimientos de la ciencia crean tantos o más problemas que los que
resuelven. Estos múltiples factores hacen que el ritmo cada vez más acelerado
de las cosas se convierta en la ley normal de transformación del mundo. “El
devenir avanza más rápido que las ideas” (Berger, 1957). El hombre se enfrenta
constantemente a situaciones nuevas. El resultado de las decisiones se
materializará en un mundo totalmente diferente de aquel en que se hayan tomado.
Para Berger, en tal contexto los métodos clásicos no bastan. Como se basan
principalmente en la experiencia y el pasado, no permiten ni gobernar, ni
dirigir, ni administrar. Sin embargo, el filósofo no cuestiona ni el sentido ni
el valor de la historia, sino el que se tenga en cuenta para tomar decisiones.
De hecho, la historia y la prospectiva tienen mucho en común, sobre todo porque
tratan acerca de hechos potenciales. “El pasado, pasado es; el futuro aún no
llega” (Berger, 1959). El pasado debe servir para cambiar lo permanente, las
grandes tendencias, útiles para forjar hipótesis, o reglas operativas eficaces
para la acción, pero no modelos cuya aplicación sustituya el análisis y el
pensamiento explícito. Tales posiciones retrospectivas están obsoletas. No
podemos seguir basándonos en esas ideas. Prever partiendo del pasado, incluso
de su forma más científica (la extrapolación), es determinar lo que va a
suceder si el fenómeno estudiado permanece fijo, sin relación con el tiempo. La
crítica de Gaston Berger está dirigida a las decisiones de los poderes
públicos. En aquella época, el propio Gaston Berger era alto funcionario del Ministerio de Educación Nacional lo que le permitió
darse cuenta de que a menudo se buscan medios sin ni siquiera definir los
objetivos que se han de alcanzar. Sin embargo, la realidad impone un orden
inverso: determinar los fines, luego los medios necesarios. Berger advierte que
en la práctica no es fácil distinguir entre los fines y los medios. Querer,
poder y saber se mezclan en una especie de claroscuro que bloquea la decisión.
En definitiva, la mayoría de las veces los fines se adaptan a los medios de los
que dispone el decisor en un momento dado, lo que se traduce en la menos mala
de las soluciones. Así, el hombre puede verse obligado a renunciar a mejores
condiciones, consideradas utópicas, porque los medios necesarios para
obtenerlas no se han encontrado aún (Berger, 1958a).Para el filósofo, una
ciencia del “hombre del mañana”, “antropología prospectiva”, tendría la función
de sacar a la luz las aspiraciones humanas, estudiando las diferentes
situaciones a las que el hombre podría enfrentarse en el futuro. Esa “misión”
ha de confiársele a especialistas de diversos horizontes, capaces de indicarnos
la manera en que tienden a evolucionar las cosas. Habría que poner a los que
determinan lo deseable a colaborar con los que mejor puedan determinar lo
posible. La idea de esbozar los mundos posibles debe permitir aclarar el
juicio, formárselo con suficiente antelación como para que la decisión sea
efectiva. De esta manera, Berger da a la prospectiva una finalidad ante todo
normativa.
El
espíritu prospectivo
Desde 1958, Berger formalizó algunos de los grandes
principios de su enfoque. Ese esfuerzo alimentó y se retroalimentó de trabajos
aplicados realizados por los miembros del Centro Internacional de Prospectiva
que creara en 1957.Partiendo del principio de que la teoría tiene un poder
mínimo en comparación con los ejemplos y teniendo en cuenta que la formalización
de un método es el fruto de un esfuerzo de reflexión acerca de las prácticas,
Berger y los fundadores del Centro alentaron y realizaron incansablemente
estudios de temas concretos: las consecuencias de las importantes nuevas
técnicas (uso de la energía atómica con fines pacíficos, cibernética,
astronomía, aeronáutica, etc.), las relaciones de Occidente con el resto del
mundo, las relaciones entre progreso y sociedad, etc. Se participó en congresos
considerados importantes en el extranjero para proponer elementos de relevantes
basados en esta nueva postura que era la actitud prospectiva. Ese trabajo
movilizó a muchas personas de múltiples horizontes: investigadores, universitarios,
altos funcionarios, directivos de grandes empresas. Se crearon equipos de especialistas que se complementasen para
trabajar en un mismo tema de estudio. La postura que preconizaba Berger (1957)
en cuanto al futuro se basa en seis virtudes fundamentales. La primera de esas
cualidades es la calma, necesaria para tomar la distancia que permita conservar
el control de sí. La imaginación, complemento útil de la razón, que abre el
camino a la innovación y otorga, a aquel que demuestre tenerla, una mirada
diferente y original del mundo. El espíritu de equipo es indispensable para
actuar con eficiencia, tanto como el entusiasmo, que empuja a esa misma acción
y hace al hombre capaz de crear. El valor es esencial para salirse de los
caminos señalados, para innovar, para emprender y asumir los riesgos inherentes.
Finalmente, el sentido de lo humano es la virtud primordial; para tener conciencia
de su devenir, una sociedad debe poner al hombre ante todo. La cultura desempeña
en esto un papel esencial pues permite aprehender el pensamiento del otro; da
la posibilidad de entender antes de juzgar; muestra, a través de sus diversas formas,
cómo el hombre puede tomar las riendas de su destino. Además de las cualidades
necesarias para hacer frente a ese mundo nuevo, o sea, al futuro, Berger
desarrolló las bases de una actitud prospectiva que permite analizarlo en su
estado original, que abre todas las posibilidades y también permite preparase
para la acción. En una época en que las causas engendran sus efectos a una
velocidad creciente, no es posible detenerse en las consecuencias inmediatas de
las acciones en curso. He aquí el objeto de estudio de la prospectiva: el
futuro lejano. Ese horizonte distante no es un obstáculo, al contrario; como no
busca predecir y no se interesa por los hechos puntuales sino por las
situaciones, no tiene porqué fijar fechas para sus resultados y puede alcanzar
de esa manera un grado de exactitud elevado. De hecho, es más cómodo señalar
una tendencia general que la fecha y la intensidad de un hecho específico. No
por eso la prospectiva se opone a la previsión a corto plazo, que sigue siendo
indispensable, ambos enfoques se complementan. Igualmente, para describir
situaciones distantes en el tiempo es necesario ir más allá de los enfoques demasiado
especializados y reunir a hombres competentes para que nazca, de la confrontación
de sus puntos de vista, una visión común hecha de complementariedades. La
prospectiva debe rechazar los procedimientos de análisis basados en el hábito y
la rutina para adentrarse en un análisis profundo que identifique los factores
realmente determinantes y permita así entender el comportamiento y las
motivaciones de los hombres. Esos principios - tener vista larga y amplia y
hacer un análisis profundo – hacen de la prospectiva una actividad de síntesis
y le garantizan los medios que le posibilitan ser global, ya que la prospectiva
está obligada, ante todo, a integrar la interdependencia. Hay que preverlas
consecuencias de los actos y ver su relación con lo que sucede en todos los
otros campos, porque "las verdades fragmentadas son a menudo tan nocivas
como los errores" (Berger, 1958b).Berger añade otras dos dimensiones
necesarias para poder asumir una postura prospectiva. La primera es
arriesgarse; para el filósofo esta constituye una condición primordial. Esto es
posible ya que, al contrario de la previsión a corto plazo que desemboca en
decisiones inmediatas que comprometen de forma irreversible, el lejano
horizonte de la prospectiva, que obliga a ser prudente, permite dar licencia a
la audacia, pues siempre será posible modificar las acciones para adaptarlas a circunstancias
nuevas. Arriesgarse es también una actitud necesaria. En un mundo difícilmente
previsible, estamos obligados a innovar: ahora bien, provocar el cambio presupone
una buena parte de riesgo. La segunda dimensión se refiere a la finalidad de la
prospectiva que permite aclarar, no sólo lo que pudiese suceder, sino lo que
los hombres quisieran que sucediese. De esta manera se abre el camino a una
verdadera construcción del futuro. Para Gaston Berger, no sirve de nada prever,
aunque fuese posible, lo que sucederá irremediablemente; lo importante es
prever lo que pasará si el hombre no hace nada para cambiar el curso de las
cosas. La prospectiva libera al hombre de la fatalidad (1959) y provoca la
acción. Berger nos convida a tener en cuenta que el hombre es siempre el
objetivo y que los objetivos son el centro de las acciones humanas.
Del espíritu al método prospectivo
Entre 1959 y 1960, ya enunciadas
las principales características de la postura prospectiva y los primeros
estudios prospectivos, Gaston Berger fue secundado en su reflexión por algunos
miembros del Centro Internacional de Prospectiva, especialmente por Pierre
Massé, el entonces comisario del Plan. Juntos se concentraron en precisar algunas
modalidades de acción de la prospectiva partiendo de la realidad y definieron
un conjunto de reglas pragmáticas. Como el futuro cae en el campo de la
voluntad, la prospectiva debe tener como objetivo la eficacia de la acción. No
hay porqué construir una teoría de la acción, más bien hay que construir una
ciencia de la práctica que, antes que una simple aplicación de los métodos
científicos a los problemas humanos, constituya un verdadero cambio de
perspectiva; el objeto no es observar el futuro a partir del presente, sino
observar el presente a partir del futuro. Ese viraje exige decidirse por un
futuro entre innumerables posibilidades y, por consiguiente, poner en primer lugar,
una vez más, el problema de la finalidad de la acción. La reflexión acerca
delos fines no se puede separar del conocimiento exacto de los posibles medios.
La prospectiva permite una confrontación permanente entre los fines, los medios
y la realidad de las situaciones presentes (Berger, 1959). De esta manera se
plantea explícitamente la necesidad de articular lo exploratorio con lo
normativo. ¿Qué se puede hacer en concreto? Para serle útil al hombre de acción
y para ser eficaz, la prospectiva debe dilucidar el sentido general y profundo
de los hechos observados, elaborar planes y programas, recomendaciones de
aplicación inmediata, mostrar ideas de acción, fijar objetivos posibles de
alcanzar. También debe permitir combatir las ideas falsas y los “estereotipos”
(Bourbon-Busset, 1959) y evitar perder el tiempo con problemas falsos u
obsoletos, invitando con ello “(a) cuestionar siempre las reglas [de las]
acciones [emprendidas] y los objetivos [de las]instituciones” (Berger, 1959).
Pero para ello no basta con la razón, se necesita también imaginación,
"esa disposición del espíritu que se niega a dejarse encerrar en un marco,
que considera que nunca se ha alcanzado nada, y que todo puede ser cuestionado
siempre” (Bourbon-Busset, 1959; Massé, 1959).Toda organización se enfrenta a un
entorno cuyos comportamientos son aleatorios. A cada estrategia que esta pueda
aplicar corresponde una determinada cantidad de futuros posibles. El papel de
la prospectiva es determinar los futuros posibles y evaluar los aspectos
cualitativos o cuantitativos respectivos. En caso de que los futuros más verosímiles
incluyan elementos desfavorables, el papel de la prospectiva es elaborar
estrategias activas que los eliminen o reduzcan (Massé,1959).En su acercamiento
al futuro, el ejercicio de la prospectiva se enfrenta a una gran dificultad,
muchos tiempos “conviven sin mezclarse” (Massé, 1959). Aunque los ritmos sean
diferentes, los hombres los siguen simultáneamente, hombres que viven juntos y
tienen que hacer frente al mismo futuro. La interdependencia de actividades con
temporalidades diferentes exige escoger una medida común: un horizonte
determinado. La definición de ese marco responde a otra necesidad. Los problemas
abordados por los procesos de elaboración estratégica no tienen límites hacia
el futuro. La determinación de un horizonte es esencial para poder concretarlos
y hacerlos “operativos”. Este debe abarcar mucho más que el periodo del
problema tratado, ir más allá del término, de manera que se atenúe la
influencia de lo arbitrario, propio del alejamiento del horizonte, sobre la
estrategia del periodo y, más importante aún, sobre la decisión presente. En
fin, la esencia misma de la prospectiva reposa en la capacidad de discernir, detrás
de lo “visible”, los factores que condicionan realmente el cambio. Hay que evitar
por sobre todas las cosas detenerse en la hipótesis de estabilidad que a menudo
no es más que “una declaración de ignorancia o debilidad, o un rechazo al
análisis profundo o a la responsabilidad de tomar decisiones” (Massé, 1959).
Por ello es esencial preguntarse acerca de la validez de la permanencia, cuyo
postulado puede contradecirse de diversas maneras: con la contradicción de las
consecuencias, con la inversión de la influencia de los factores a largo plazo,
con las virtudes de la adversidad y los riesgos de la facilidad y, sobre todo,
con la voluntad de cambio del hombre. De cualquier forma no basta con sólo
suponer tales virajes: para ser pragmático, es primordial determinar la época y
la importancia. Para lograrlo se debe realizar una observación detenida que
debe permitirnos corroborar lo intuido y lo razonado con hechos que contengan
futuro y que, aunque ínfimos por sus dimensiones presentes, son inmensos por
sus consecuencias potenciales.
Texto tomado de la publicación
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