sábado, 19 de abril de 2014

Los fundamentos de la prospectiva estratégica



La prospectiva se nutre de historia y mientras que los hombres cambian de una época a otra, los problemas casi siempre son los mismos. Además, para entender sus objetivos, alcance y método, es útil acercarse a las grandes ideas que originaron esta práctica tan extendida hoy. La prospectiva fue instituida a mediados de los cincuenta por el filósofo Gaston Berger, que la formalizó partiendo de una crítica a la decisión. Desde 1955 Berger se dedicó a forjar su argumentación para que el futuro se tomase en cuenta sistemáticamente en las decisiones de los hombres. Para ello esbozó un nuevo método que reconciliaba el saber y el poder, los fines y los medios, dando al político la posibilidad de convertir su visión del futuro en acciones y sus sueños en proyectos. Un tiempo después, en 1958, especificó las modalidades de ese nuevo enfoque. Después de su muerte en 1960, su pensamiento fue perpetuado por un grupo de "militantes" que, desde el núcleo del medio político económico francés, se encargaron de difundir sus grandes principios y de aplicarlo a la preparación de la toma de grandes decisiones políticas.


La idea de una ciencia del “hombre del mañana”

Los años cincuenta llevan aún las marcas de la barbarie cometida durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras que las relaciones se globalizan y se hacen más complejas, Francia entra en un periodo de crecimiento sin igual. Nuevas técnicas trastocan muchos de los enfoques existentes y, para muchos intelectuales de aquella época, los descubrimientos de la ciencia crean tantos o más problemas que los que resuelven. Estos múltiples factores hacen que el ritmo cada vez más acelerado de las cosas se convierta en la ley normal de transformación del mundo. “El devenir avanza más rápido que las ideas” (Berger, 1957). El hombre se enfrenta constantemente a situaciones nuevas. El resultado de las decisiones se materializará en un mundo totalmente diferente de aquel en que se hayan tomado. Para Berger, en tal contexto los métodos clásicos no bastan. Como se basan principalmente en la experiencia y el pasado, no permiten ni gobernar, ni dirigir, ni administrar. Sin embargo, el filósofo no cuestiona ni el sentido ni el valor de la historia, sino el que se tenga en cuenta para tomar decisiones. De hecho, la historia y la prospectiva tienen mucho en común, sobre todo porque tratan acerca de hechos potenciales. “El pasado, pasado es; el futuro aún no llega” (Berger, 1959). El pasado debe servir para cambiar lo permanente, las grandes tendencias, útiles para forjar hipótesis, o reglas operativas eficaces para la acción, pero no modelos cuya aplicación sustituya el análisis y el pensamiento explícito. Tales posiciones retrospectivas están obsoletas. No podemos seguir basándonos en esas ideas. Prever partiendo del pasado, incluso de su forma más científica (la extrapolación), es determinar lo que va a suceder si el fenómeno estudiado permanece fijo, sin relación con el tiempo. La crítica de Gaston Berger está dirigida a las decisiones de los poderes públicos. En aquella época, el propio Gaston Berger era alto funcionario del Ministerio de Educación Nacional lo que le permitió darse cuenta de que a menudo se buscan medios sin ni siquiera definir los objetivos que se han de alcanzar. Sin embargo, la realidad impone un orden inverso: determinar los fines, luego los medios necesarios. Berger advierte que en la práctica no es fácil distinguir entre los fines y los medios. Querer, poder y saber se mezclan en una especie de claroscuro que bloquea la decisión. En definitiva, la mayoría de las veces los fines se adaptan a los medios de los que dispone el decisor en un momento dado, lo que se traduce en la menos mala de las soluciones. Así, el hombre puede verse obligado a renunciar a mejores condiciones, consideradas utópicas, porque los medios necesarios para obtenerlas no se han encontrado aún (Berger, 1958a).Para el filósofo, una ciencia del “hombre del mañana”, “antropología prospectiva”, tendría la función de sacar a la luz las aspiraciones humanas, estudiando las diferentes situaciones a las que el hombre podría enfrentarse en el futuro. Esa “misión” ha de confiársele a especialistas de diversos horizontes, capaces de indicarnos la manera en que tienden a evolucionar las cosas. Habría que poner a los que determinan lo deseable a colaborar con los que mejor puedan determinar lo posible. La idea de esbozar los mundos posibles debe permitir aclarar el juicio, formárselo con suficiente antelación como para que la decisión sea efectiva. De esta manera, Berger da a la prospectiva una finalidad ante todo normativa.




El espíritu prospectivo

Desde 1958, Berger formalizó algunos de los grandes principios de su enfoque. Ese esfuerzo alimentó y se retroalimentó de trabajos aplicados realizados por los miembros del Centro Internacional de Prospectiva que creara en 1957.Partiendo del principio de que la teoría tiene un poder mínimo en comparación con los ejemplos y teniendo en cuenta que la formalización de un método es el fruto de un esfuerzo de reflexión acerca de las prácticas, Berger y los fundadores del Centro alentaron y realizaron incansablemente estudios de temas concretos: las consecuencias de las importantes nuevas técnicas (uso de la energía atómica con fines pacíficos, cibernética, astronomía, aeronáutica, etc.), las relaciones de Occidente con el resto del mundo, las relaciones entre progreso y sociedad, etc. Se participó en congresos considerados importantes en el extranjero para proponer elementos de relevantes basados en esta nueva postura que era la actitud prospectiva. Ese trabajo movilizó a muchas personas de múltiples horizontes: investigadores, universitarios, altos funcionarios, directivos de grandes empresas. Se crearon equipos  de especialistas que se complementasen para trabajar en un mismo tema de estudio. La postura que preconizaba Berger (1957) en cuanto al futuro se basa en seis virtudes fundamentales. La primera de esas cualidades es la calma, necesaria para tomar la distancia que permita conservar el control de sí. La imaginación, complemento útil de la razón, que abre el camino a la innovación y otorga, a aquel que demuestre tenerla, una mirada diferente y original del mundo. El espíritu de equipo es indispensable para actuar con eficiencia, tanto como el entusiasmo, que empuja a esa misma acción y hace al hombre capaz de crear. El valor es esencial para salirse de los caminos señalados, para innovar, para emprender y asumir los riesgos inherentes. Finalmente, el sentido de lo humano es la virtud primordial; para tener conciencia de su devenir, una sociedad debe poner al hombre ante todo. La cultura desempeña en esto un papel esencial pues permite aprehender el pensamiento del otro; da la posibilidad de entender antes de juzgar; muestra, a través de sus diversas formas, cómo el hombre puede tomar las riendas de su destino. Además de las cualidades necesarias para hacer frente a ese mundo nuevo, o sea, al futuro, Berger desarrolló las bases de una actitud prospectiva que permite analizarlo en su estado original, que abre todas las posibilidades y también permite preparase para la acción. En una época en que las causas engendran sus efectos a una velocidad creciente, no es posible detenerse en las consecuencias inmediatas de las acciones en curso. He aquí el objeto de estudio de la prospectiva: el futuro lejano. Ese horizonte distante no es un obstáculo, al contrario; como no busca predecir y no se interesa por los hechos puntuales sino por las situaciones, no tiene porqué fijar fechas para sus resultados y puede alcanzar de esa manera un grado de exactitud elevado. De hecho, es más cómodo señalar una tendencia general que la fecha y la intensidad de un hecho específico. No por eso la prospectiva se opone a la previsión a corto plazo, que sigue siendo indispensable, ambos enfoques se complementan. Igualmente, para describir situaciones distantes en el tiempo es necesario ir más allá de los enfoques demasiado especializados y reunir a hombres competentes para que nazca, de la confrontación de sus puntos de vista, una visión común hecha de complementariedades. La prospectiva debe rechazar los procedimientos de análisis basados en el hábito y la rutina para adentrarse en un análisis profundo que identifique los factores realmente determinantes y permita así entender el comportamiento y las motivaciones de los hombres. Esos principios - tener vista larga y amplia y hacer un análisis profundo – hacen de la prospectiva una actividad de síntesis y le garantizan los medios que le posibilitan ser global, ya que la prospectiva está obligada, ante todo, a integrar la interdependencia. Hay que preverlas consecuencias de los actos y ver su relación con lo que sucede en todos los otros campos, porque "las verdades fragmentadas son a menudo tan nocivas como los errores" (Berger, 1958b).Berger añade otras dos dimensiones necesarias para poder asumir una postura prospectiva. La primera es arriesgarse; para el filósofo esta constituye una condición primordial. Esto es posible ya que, al contrario de la previsión a corto plazo que desemboca en decisiones inmediatas que comprometen de forma irreversible, el lejano horizonte de la prospectiva, que obliga a ser prudente, permite dar licencia a la audacia, pues siempre será posible modificar las acciones para adaptarlas a circunstancias nuevas. Arriesgarse es también una actitud necesaria. En un mundo difícilmente previsible, estamos obligados a innovar: ahora bien, provocar el cambio presupone una buena parte de riesgo. La segunda dimensión se refiere a la finalidad de la prospectiva que permite aclarar, no sólo lo que pudiese suceder, sino lo que los hombres quisieran que sucediese. De esta manera se abre el camino a una verdadera construcción del futuro. Para Gaston Berger, no sirve de nada prever, aunque fuese posible, lo que sucederá irremediablemente; lo importante es prever lo que pasará si el hombre no hace nada para cambiar el curso de las cosas. La prospectiva libera al hombre de la fatalidad (1959) y provoca la acción. Berger nos convida a tener en cuenta que el hombre es siempre el objetivo y que los objetivos son el centro de las acciones humanas.

Del espíritu al método prospectivo

Entre 1959 y 1960, ya enunciadas las principales características de la postura prospectiva y los primeros estudios prospectivos, Gaston Berger fue secundado en su reflexión por algunos miembros del Centro Internacional de Prospectiva, especialmente por Pierre Massé, el entonces comisario del Plan. Juntos se concentraron en precisar algunas modalidades de acción de la prospectiva partiendo de la realidad y definieron un conjunto de reglas pragmáticas. Como el futuro cae en el campo de la voluntad, la prospectiva debe tener como objetivo la eficacia de la acción. No hay porqué construir una teoría de la acción, más bien hay que construir una ciencia de la práctica que, antes que una simple aplicación de los métodos científicos a los problemas humanos, constituya un verdadero cambio de perspectiva; el objeto no es observar el futuro a partir del presente, sino observar el presente a partir del futuro. Ese viraje exige decidirse por un futuro entre innumerables posibilidades y, por consiguiente, poner en primer lugar, una vez más, el problema de la finalidad de la acción. La reflexión acerca delos fines no se puede separar del conocimiento exacto de los posibles medios. La prospectiva permite una confrontación permanente entre los fines, los medios y la realidad de las situaciones presentes (Berger, 1959). De esta manera se plantea explícitamente la necesidad de articular lo exploratorio con lo normativo. ¿Qué se puede hacer en concreto? Para serle útil al hombre de acción y para ser eficaz, la prospectiva debe dilucidar el sentido general y profundo de los hechos observados, elaborar planes y programas, recomendaciones de aplicación inmediata, mostrar ideas de acción, fijar objetivos posibles de alcanzar. También debe permitir combatir las ideas falsas y los “estereotipos” (Bourbon-Busset, 1959) y evitar perder el tiempo con problemas falsos u obsoletos, invitando con ello “(a) cuestionar siempre las reglas [de las] acciones [emprendidas] y los objetivos [de las]instituciones” (Berger, 1959). Pero para ello no basta con la razón, se necesita también imaginación, "esa disposición del espíritu que se niega a dejarse encerrar en un marco, que considera que nunca se ha alcanzado nada, y que todo puede ser cuestionado siempre” (Bourbon-Busset, 1959; Massé, 1959).Toda organización se enfrenta a un entorno cuyos comportamientos son aleatorios. A cada estrategia que esta pueda aplicar corresponde una determinada cantidad de futuros posibles. El papel de la prospectiva es determinar los futuros posibles y evaluar los aspectos cualitativos o cuantitativos respectivos. En caso de que los futuros más verosímiles incluyan elementos desfavorables, el papel de la prospectiva es elaborar estrategias activas que los eliminen o reduzcan (Massé,1959).En su acercamiento al futuro, el ejercicio de la prospectiva se enfrenta a una gran dificultad, muchos tiempos “conviven sin mezclarse” (Massé, 1959). Aunque los ritmos sean diferentes, los hombres los siguen simultáneamente, hombres que viven juntos y tienen que hacer frente al mismo futuro. La interdependencia de actividades con temporalidades diferentes exige escoger una medida común: un horizonte determinado. La definición de ese marco responde a otra necesidad. Los problemas abordados por los procesos de elaboración estratégica no tienen límites hacia el futuro. La determinación de un horizonte es esencial para poder concretarlos y hacerlos “operativos”. Este debe abarcar mucho más que el periodo del problema tratado, ir más allá del término, de manera que se atenúe la influencia de lo arbitrario, propio del alejamiento del horizonte, sobre la estrategia del periodo y, más importante aún, sobre la decisión presente. En fin, la esencia misma de la prospectiva reposa en la capacidad de discernir, detrás de lo “visible”, los factores que condicionan realmente el cambio. Hay que evitar por sobre todas las cosas detenerse en la hipótesis de estabilidad que a menudo no es más que “una declaración de ignorancia o debilidad, o un rechazo al análisis profundo o a la responsabilidad de tomar decisiones” (Massé, 1959). Por ello es esencial preguntarse acerca de la validez de la permanencia, cuyo postulado puede contradecirse de diversas maneras: con la contradicción de las consecuencias, con la inversión de la influencia de los factores a largo plazo, con las virtudes de la adversidad y los riesgos de la facilidad y, sobre todo, con la voluntad de cambio del hombre. De cualquier forma no basta con sólo suponer tales virajes: para ser pragmático, es primordial determinar la época y la importancia. Para lograrlo se debe realizar una observación detenida que debe permitirnos corroborar lo intuido y lo razonado con hechos que contengan futuro y que, aunque ínfimos por sus dimensiones presentes, son inmensos por sus consecuencias potenciales.

Texto tomado de la publicación

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